domingo, 1 de marzo de 2009

SACERDOTIZA MAGICA DE INSPIRACION


El número de linajes chamánicos que existe actualmente en América es indeterminado; se encuentran en todas las comunidades indígenas dedicados a su único quehacer ancestral: cierta práctica mágica oculta al mundo común; los chamanes son curadores (como nuestra Machi del Sur), quien sana el cuerpo y alivia las angustias. Su vocación iniciática es desconocida: en general, eso sí, portan tradiciones similares que incluye asombrosos conocimientos botánicos, brotados de una misteriosa tradición común arrancada del pasado oscuro de la humanidad. María Sabina, "la mujer del Libro Blanco" como la nombraba Juan Rulfo, o "la sabia de los hongos" (según suelen también citarla), entonces, maneja una sabiduría que nadie sabe de dónde viene. Como su bisabuelo Pedro Feliciano, su abuelo Juan Feliciano y su padre Santos Feliciano fueron curanderos, ella simplemente se hizo curandera. Sin embargo, no conoció a ninguno de los tres.


De lo que sabe María Sabina, existe alguna indicación en los conocimientos que trajo su pueblo (el Mazateco), al establecerse en la región aledaña a la Sierra Madre Occidental mexicana hacia el año 1200 de nuestra Era. Nadie sabe de dónde vinieron. Otros grupos con ocupación prehispánica en la zona de Oaxaca los llaman aún hoy "huitinicamane": los que vienen "de allá donde las flores." Al mencionar su origen, los propios Mazatecos indican que sus ancestros venían del mítico Ampadad: "el lugar donde nace la gente". El universo cristiano identifica al sitio con el Paraíso, primer hogar de la pareja humana original. Según la mitología mazateca, en el Ampadad, de los árboles grandes surgieron los gigantes, de los árboles medianos surgieron las personas y de los más pequeños, los monos. En este año 2001 cuando escribo, el pueblo Mazateco está formada por no más de 140.000 personas que viven en pésimas condiciones, siendo que otrora llegaron a ocupar un sitio de privilegio en la corte del Imperio Azteca, donde apreciaron el conocimiento sobre el uso de las plantas que trajeron a su reino. Hasta hoy, los Mazatecos conservan su propia lengua y se reparten en tres poblados principales: Teotitlán del Camino; Mazatlán de las Flores, y su capital, Huautla de Jiménez, donde vivía la legendaria María Sabina. El rasgo distintivo de la expresión del poder de María Sabina, se sabe, es que por una elevada consideración mágica sólo podía orientar su fuerza hacia el Bien. Una vida de pruebas nada corrientes, y lo que dominaba de plantas, le permitieron hacer casi un milagro: mantener una larga familia de hijos y allegados sin saber leer ni escribir, y de paso reveló a la humanidad conocimientos ocultos antes del siglo XX. A su legado se deben variados medicamentos que, cada vez más, se usan en la química enfocada a producir remedios para variadas enfermedades de índole síquica, a partir de los componentes de tres variedades de hongos que ella enseñó a la ciencia; los hoy inscritos en el catálogo de alucinógenos como "Psilocybe Caerulenscens Murril Var Mazatecorum Heim"; "Stropharia Cubensis Earle", y el "Psilocybe Mexicana Heim".

En este mismo orden, María Sabina los identificaba como el "Derrumbe" (que crece en la tierra desbarrancada y en el bagazo de la caña de azúcar); el "San Isidro" (que crece en el excremento del toro), y el "Pajarito" o "Angelito" (que brota al cobijo de los maizales). El científico Robert Gordon Wasson (al que María Sabina nombraba "Bason"), fue quien la dio a conocer citándola profusamente en revistas y tratados médicos a partir de 1955, cuando la visitó. R. Gordon Wasson, con la ayuda de Robert Heim, entonces director del Museo de Historia Natural de París, y del científico Albert Hofmann, descubridor del LSD, entre otros, "a partir de las instrucciones de María Sabina" logró rescatar de los hongos nombrados los principios activos a los cuales se llama hoy "psilocibina" y "psilocina". Wasson llamó a los hongos "euteógenos" ("Dios dentro de nosotros"), desde que, junto a su esposa, Valentina Pavlovna, se les ubicó como creadores de la ciencia etnomicológica. Se deben atribuir, sin embargo, al doctor Aurelio Cerletti las investigaciones farmacológicas, y a Jean Delay las primeras aplicaciones de estas sustancias en la medicina psiquiátrica, cuyo uso no se remonta a antes del año 1970, cuando también se inscribe el fin de una práctica religiosa en Mesoamérica que se arrastraba desde hace muchas centurias. El secreto revelado hoy permite curar esquizofrenias, la ansiedad y otros males psíquicos. Entonces, cuando la práctica secreta de la ingestión del hongo maravilloso fue sacada a la luz, la luz anunció el final.


Uno de los nietos de María Sabina nos viene a buscar a la posada. Ella nos recibe rodeada de las pinturas que José María le dejó ayer. Está igualmente toda su familia que, al parecer, sigue una rutina habitual. Pronto los hombres y las mujeres, excepto María Apolonia, se retiran al único cuarto interior, y no los volvemos a ver. Nos sentamos en sillas bajas de palma: María Sabina frente a José María, con quien no deja de hablar mientras ve una a una sus pinturas. María Apolonia ubica unos petates en el suelo y allí, sin más, veo como van acomodándose algunos de los niños de su familia, que, a medida que van quedándose dormidos, son cubiertos por un rebozo de colores vivos. Cuando todos duermen, María Sabina se pone de pie y se dirige a un pequeño altar empotrado en la pared: de allí toma un plato de porcelana con ribetes celestes, donde reposan los hongos envueltos en hojas con la textura del plátano. Parecen champiñones comunes y corrientes. Toma un par y los come ella misma. Toma otro par y los da a José María; lo mismo hace con María Apolonia y, finalmente, conmigo. Luego repite el solemne rito aún dos veces. El sabor, en un primer momento, se me hace relajante (lo asocio de alguna manera con el sabor del erizo chileno de mar), sin embargo, poco a poco, me parece horrible, a medida que pasan los instantes un sabor fuertísimo ataca mi garganta, no puedo soportarlo y, con vergüenza, salgo apresuradamente a vomitar. Vuelvo de lo más consternado, pero es como si nadie hubiera percibido mi ausencia. María Sabina sigue hablando a José María, pero ahora tiene un paño blanco apoyado en sus faldas que borda con pericia; enormes gafas resbalan por su diminuta nariz. La observo y dudo que esa viejecita encorvada sea una poderosa maga: de inmediato ella dice mi nombre varias veces, apenas observándome. Desde ahora sé que es obvio que María Sabina sabe, de alguna forma, los movimientos ondulantes de mi mente; cada vez que dude, en lo sucesivo, su voz cadenciosa me devuelve la tranquilidad. En un instante me aterrorizo, pero decido abandonarme a los designios de Dios. José María dice: "El te escucha ahora mismo. Háblale con toda libertad. Lo único que importa, después de nuestro oficio, lo único realmente importante para la persona es su capacidad de establecer algún contacto con Dios. Que si uno tiene verdadera necesidad, El responde".


Uno de los nietos de María Sabina nos viene a buscar a la posada. Ella nos recibe rodeada de las pinturas que José María le dejó ayer. Está igualmente toda su familia que, al parecer, sigue una rutina habitual. Pronto los hombres y las mujeres, excepto María Apolonia, se retiran al único cuarto interior, y no los volvemos a ver. Nos sentamos en sillas bajas de palma: María Sabina frente a José María, con quien no deja de hablar mientras ve una a una sus pinturas. María Apolonia ubica unos petates en el suelo y allí, sin más, veo como van acomodándose algunos de los niños de su familia, que, a medida que van quedándose dormidos, son cubiertos por un rebozo de colores vivos. Cuando todos duermen, María Sabina se pone de pie y se dirige a un pequeño altar empotrado en la pared: de allí toma un plato de porcelana con ribetes celestes, donde reposan los hongos envueltos en hojas con la textura del plátano. Parecen champiñones comunes y corrientes. Toma un par y los come ella misma. Toma otro par y los da a José María; lo mismo hace con María Apolonia y, finalmente, conmigo. Luego repite el solemne rito aún dos veces. El sabor, en un primer momento, se me hace relajante (lo asocio de alguna manera con el sabor del erizo chileno de mar), sin embargo, poco a poco, me parece horrible, a medida que pasan los instantes un sabor fuertísimo ataca mi garganta, no puedo soportarlo y, con vergüenza, salgo apresuradamente a vomitar. Vuelvo de lo más consternado, pero es como si nadie hubiera percibido mi ausencia. María Sabina sigue hablando a José María, pero ahora tiene un paño blanco apoyado en sus faldas que borda con pericia; enormes gafas resbalan por su diminuta nariz. La observo y dudo que esa viejecita encorvada sea una poderosa maga: de inmediato ella dice mi nombre varias veces, apenas observándome. Desde ahora sé que es obvio que María Sabina sabe, de alguna forma, los movimientos ondulantes de mi mente; cada vez que dude, en lo sucesivo, su voz cadenciosa me devuelve la tranquilidad. En un instante me aterrorizo, pero decido abandonarme a los designios de Dios. José María dice: "El te escucha ahora mismo. Háblale con toda libertad. Lo único que importa, después de nuestro oficio, lo único realmente importante para la persona es su capacidad de establecer algún contacto con Dios. Que si uno tiene verdadera necesidad, El responde".


SABINA..LA SACERDOTIZA DE LOS HONGOS MAGICOS



ALUCINANDO CAMINABA DE DIA PARA PDER DESPERTAR EN ALS NOCHES, SABINA UN MUESTRA DE IRREVERENCIA POLITICA SOCIAL, ES LO QUE NOS PROPORCIONA LA MADRE NATURALEZA Y NO QUEDA MAS QUE TOMARLO, EL, PAISAJE Y EL VIAJE QUE SE EXPLORA CUANDO UNA FAMILIA DE HONGOS LLEGA ATU CUERPO ES COMO VOLAR RONDANDO LAS LLANURAS DEL MIEDO, Y DE TODO AQEULLO QUE NUNCA SE IMAGINE REAL,


SABINA, Y todos supieron, entonces, que el espíritu del gallo acompañaría al espíritu de María Sabina, que entonces despertó y se fue para siempre al Ampadad, el lugar de sus mayores, allá donde las flores......



.......................................Ahora ella está en paz.

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Se Fuman Mis Ojeras.